Sunday, October 12, 2008

Deux Jours A Tuer




Asusta echar la cuenta de todas las películas que insisten cada temporada en que redecoremos nuestra vida, superemos nuestras inhibiciones y aprendamos a soñar despiertos, bailemos bajo la lluvia y caminemos descalzos por el parque. ¿Tan mal están las cosas en la realidad? ¿Tanto oprime lo mejor de nosotros mismos cuanto nos rodea? ¿Por qué, entonces, el noventa por ciento de esas ficciones catárticas son finalmente sólo analgésicas, productos que amagan cuestionar el orden establecido de las cosas para luego llenarnos los ojos de miel y dejarnos más ciegos y edulcorados que cuando entramos en la sala?

¿Por qué películas como Mi Vida es mi Vida, Happiness, El Club de la Lucha o La Edad de la Ignorancia son desconocidas, cuando no repudiadas, por el gran público, siendo con los defectos que se quiera propuestas que aventuran una ruptura verdadera con las convenciones a las que achacamos nuestros males? ¿Por qué en cambio tienen tanto predicamento imbecilidades absolutas que revelan en cada uno de sus rasgos ser parte del problema que pretenden denunciar? Cavila uno por qué nunca deja de estar vigente esa mentalidad bonancible que elude combatir la realidad a favor de la posición autoexculpatoria de víctima, de cervatillo incapaz de hacer otra cosa que ocultarse en el País de las Piruletas, El Señor de los Anillos o la Constitución Española incluso cuando está siendo enculado salvajemente por este valle de lágrimas… sin percibir o soslayando que su actitud es ideal como vaselina. ¿O será que la servidumbre compensa, que se ha aprendido a sacar tajada de ella?





Bien es cierto que sin ninguna sutileza, lo cual por otra parte es lógico teniendo en cuenta que para derribar murallas se precisa artillería pesada, durante sus primeros minutos Dejad de quererme funciona muy bien como requisitoria contra las imposturas de lo cotidiano. Antoine (un más que correcto Albert Dupontel) se cansa un día de perder tiempo y energías con gente que no merece ni una cosa ni otra: deja su trabajo como publicitario, asqueado por las mentiras que vendía y compraba diariamente; corta las alas a su insoportable suegra, trata a sus dos hijos como adultos, pone en tela de juicio la aséptica perfección de su matrimonio, devuelve un bofetón a una calientabraguetas, y se libra de sus amigos con una táctica tan sencilla como es la de señalarles sus incoherencias y rememorar cuántos actos han definido la calidad de la correspondiente relación (impecable al respecto la secuencia de la cena). “¿Qué te pasa, Antoine?”, claman su mujer y sus conocidos, “¿Te has vuelto loco? Todos te queremos bien”. Y Antoine podría responder lo que el inteligente título español de la película —el original, Deux jours à tuer, menos sutil, sería traducible como Dos días que matar—: “Dejad de quererme. No me chantajeéis con eso que llamáis amor y no es más que intercambio de miedos y complicidades”.




Pero el guionista y director de Dejad de quererme no es Todd Solondz. Ni siquiera Denys Arcand, por mucho que la actriz Marie-Josée Croze (Cécile, la mujer de Antoine) apareciese también en Las Invasiones Bárbaras. Sino Jean Becker, un tipo dotado de una “humanidad deliciosa […] cuyas películas tienen en común una gran sensualidad”. También, ya es coincidencia, una descarada comercialidad, basada, en el caso sin ir más lejos de su anterior cinta, Conversaciones con mi jardinero (2007), en una desvergonzada afectación ideológica y emocional. La misma que se desata a partir de cierto momento en Dejad de quererme, devolviendo la ficción al redil. La actitud de Antoine estaba motivada por razones nobles, además sufrió mucho de pequeño… el espectador asiste atónito a la conversión de la historia en un melodrama insultantemente burgués y repleto de “buenas intenciones”, que ya sabemos adonde conducen: a un infierno de melaza, que sólo podríamos quitarnos de encima devorándola hasta asimilarla o eliminándola con ácido; desgraciadamente, el nuevo proyecto de Solondz continúa sin encontrar financiación suficiente como para concretarse. Así que es de suponer que habremos de tragar durante la espera unas cuantas toneladas más de azúcar. Aunque a nadie le amarga un dulce, lo que no es de recibo es tener que resignarse a acabar con el cerebro tumorado por las caries. Pese a que muchos lo consideren el estado ideal para transitar por la vida.

FICHA TÉCNICA: Deux jours à tuer. Francia, 2008. 85 minutos. Dirección: Jean Becker. Guión: Jean Becker, Jérôme Beaujour, Eric Assous y François D’Epenoux, basado en la novela de François D’Epenoux. Producción: Louis Becker (ICE3, KJB Production, Studio Canal y France 2 Cinéma). Montaje: Jacques Witta. Fotografía: Arthur Cloquet (c). Música: Patrick & Alain Goraguer. Dirección artística: Thérèse Ripaud. Diseño de vestuario: Annie Périer. Con: Albert Dupontel (Antoine), Marie-Josée Croze (Cécile), Pierre Vaneck (padre de Antoine), Alessandra Martines (Marion), Cristiana Réali (Virginie), Mathias Mlekuz (Eric), Claire Nebout (Clara), François Marthouret (Paul), Anne Loiret (Anne-Laure). Distribución: Golem.

SINOPSIS: Antoine ha llegado a los cuarenta y dos años con buena salud, ejerce como publicista con gran éxito, está casado y es padre de dos hijos, tiene una amante, vive en una bonita casa a las afueras de París y sus vecinos albergan una excelente opinión sobre él. Sin embargo, un día las cosas cambian: Antoine empieza a destruir sistemáticamente lo que ha construido durante años. Basta un fin de semana para que un hombre aparentemente sin problemas eche por la borda trabajo y relaciones afectivas. ¿La crisis de la andropausia? ¿Un ataque de locura?

No comments: